Solidaridad, un aspecto del liderazgo.- Una práctica de ayuda mutua, entre iguales, reflejada en dos casos conocidos de los 1980: Polonia y México.
Hemos referido en anteriores colaboraciones que el líder requiere del cultivo de ciertas virtudes específicas que lo habilitarán para ejercer un liderazgo óptimo. También describimos las llamadas virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza que, de acuerdo con la escuela clásica son la base de todas las demás. Igualmente, nos enfocamos en la prudencia como una auténtica virtud clave para el liderazgo.
Ahora nos referiremos a otros principios sociales que son la clave para ejercer el liderazgo empresarial, uno de ellos es la solidaridad.
EL SINDICATO MÁS FAMOSO
En agosto de 1980 nació en Polonia el sindicato Solidaridad (Solidarność), como un movimiento a favor de la libertad sindical de los trabajadores y en contra del gobierno comunista y el monopolio partidista que reinaba en Polonia. Sin entrar en detalles, podemos solamente recordar que este sindicato reunió en su auge a aproximadamente 10 millones de miembros, contribuyendo a la caída del comunismo en Europa del Este y el bloque soviético.
Brevemente, sirve recordar que la situación que detona el surgimiento del sindicato es la hegemonía política e ideológica de corte comunista en Polonia, que habían suscitado en las décadas de 1970 y 1980 varias huelgas obreras por las condiciones económicas de escasez que sufrían los trabajadores polacos. Las violaciones a los derechos de varios trabajadores produjeron como reacción la indignación general de la clase obrera.
Poco a poco, se desarrolló una red de información entre los obreros polacos que compartían la percepción de injusticia en su detrimento y la idea de un movimiento social obrero que reivindicara sus derechos fue germinando y esparciéndose. Después de muchas vicisitudes, nació el sindicato Solidaridad, que lograría muchos triunfos para mejorar la situación social de los trabajadores polacos.
Independientemente de las particularidades históricas del periodo, la elección del valor de la solidaridad como el nombre del sindicato es un hecho muy elocuente, que puede enseñarnos varias lecciones vigentes sobre lo que debe significar en la práctica la solidaridad.
El movimiento polaco de Solidaridad nació como un gesto de unión entre toda la clase obrera, que adoptó como causa común el reconocimiento de sus derechos laborales y de su dignidad humana. Frente al gobierno comunista, el sindicato Solidaridad logró convertir a millones de obreros, estudiantes y ciudadanos en un solo bloque unido con un poder inmenso.
Así, tenemos que el fenómeno particular del sindicato es la unión de miles de personas en un solo ente. La elección de solidaridad como el nombre del movimiento evidencia la intención de sus fundadores: establecer un lazo de identidad con todos los polacos que sufrían injusticias y convertirse en una realidad homogénea, entera, unida, compacta y firme.
Lo anterior no es más que congruente con los orígenes etimológicos del término. Solidaridad proviene del latín solidus, que indica solidez, unión y firmeza. El sindicato Solidaridad llevó a cabo un elocuente y eficaz gesto social y político al elegir su nombre, pues los convirtió en un ente homogéneo, con metas comunes y objetivos compartidos. Pero el efecto real del movimiento no se quedó en la mera similitud epistemológica o identitaria de los millones de obreros, pues tuvo un efecto real y de magnitud considerable en la situación política de Polonia, generando un cambio de dimensiones relevantes.
La lección que derivamos de este hecho histórico es la siguiente: la solidaridad unifica lo diverso. El rasgo característico de la solidaridad es la creación de un lazo de identificación activa entre seres humanos que de otra manera no tendrían razón por la cual considerarse en la misma situación. Al solidarizarse, uno no sólo experimenta empatía con la situación desfavorable del prójimo, sino que se vuelve uno mismo con él y sufre sus males.
CUANDO PASE EL TEMBLOR
Hay además que resaltar el carácter activo de la solidaridad, pues ésta no es estéril y no sufre en vano, sino que busca efectuar un cambio positivo en la situación del prójimo que está en desventaja. La solidaridad, entonces, es la unidad desinteresada de un individuo con otro o varios más, que lleva al primero a adoptar una actitud activa de ayuda para mejorar la situación de los demás.
Más o menos por el mismo tiempo en que Solidaridad se alzaba en Polonia, hacia 1985 y tras el primer terremoto de septiembre 19, la misma virtud se convirtió en un símbolo en México. Tras la catástrofe, las redes formales e informales que la población urbana y luego nacional formaron para rescatar y atender a las víctimas, así como ayudar en la reconstrucción de Ciudad de México, fueron por aquel tiempo englobadas bajo la misma palabra.
Aquella organización espontánea entre la gente para levantar escombros, asistir a los heridos, proveer de alimento, agua y refugio a los más afectados fue bautizado en aquel momento como solidaridad, quizá por reflejo de lo que sucedía en Polonia.
La solidaridad mexicana fue un fenómeno ampliamente analizado en los años siguientes en donde, nuevamente, se le describió como un valor que surge entre iguales, con muy poca o nula participación del gobierno o el poder. Es también de carácter espontáneo, profundamente igualitario y recíproco, en donde la frase “hoy por ti, mañana por mí” adquieren un sentido concreto.
¿Por qué razón tendría un hombre que identificarse con otro en una situación de desventaja? ¿Qué justifica la necesidad de ayudar al prójimo? Sin duda, el hombre posee una naturaleza transida de autonomía e independencia, que parecería indicar que los sufrimientos del otro no son asunto más que suyo. Sin embargo, el ser humano está inserto en una realidad social, en la que inevitablemente surgen y se establecen lazos entre individuos. De esta manera, la comunicación humana se abre constitutivamente hacia valores sociales como la amistad y la solidaridad.
Podríamos decir que uno de los fundamentos antropológicos de la solidaridad es el reconocimiento de que los males del otro podrían haber sido, o ser en algún momento, mis propios males. De algún modo, al ser solidario se reconoce que no hay una ley universal que reparta sufrimientos, males y deficiencias de acuerdo con los méritos morales de cada individuo, sino que éstos recaen de modo espontáneo y aparentemente azaroso sobre la humanidad.
El hecho de haber nacido pobre o haber contraído una enfermedad terrible no implican en sí mismos una razón acorde a la justicia que amerite estas experiencias, simplemente son hechos amorales que pueden ser mejorados con el involucramiento de quien está aventajado por las circunstancias.
Adicionalmente, la solidaridad se fundamenta en la noción de que el destino individual de cada miembro de la sociedad está ligado intrínsecamente al destino de la misma. La solidaridad es la verdadera y única respuesta que contrarresta al individualismo.
El filósofo español Leonardo Polo añade una intuición de gran utilidad para fundamentar el origen intrínsecamente antropológico de la solidaridad. Dice Polo que el hombre está hecho para dar, más que para pedir, y que esta constitución esencial del ser humano genera la dinámica mercantil entre la ley de la oferta y la demanda, en la que la oferta es una actividad más propia a la esencia humana que la demanda.
Si aceptamos que el ser humano es un ser que constitutivamente está hecho para dar e incluso para darse (lo que Polo denominaba constitución donal), la solidaridad queda inscrita entonces como uno de los valores más intrínsecamente humanos y más constitutivos de la esencia humana, pues implica la donación desinteresada de los bienes en favor de los demás.
Ya justificada la solidaridad como un valor social deseable, nos queda fundamentar por qué es también una actitud recomendable en el mundo empresarial.
SOLIDARIDAD EMPRESARIAL
A primera vista, parecería que la solidaridad no implica una ganancia tangible para el hombre de negocios. Es más, lo único que parece claro es que implica una pérdida tangible de bienes e inversiones económicas para su patrimonio.
En efecto, por mucho que sea deseable como valor social, parece que el ayudar a quien está en desventaja sólo mejora la situación real de quien recibe la ayuda. Con esto, parecería que el empresario debe tener cuidado de no ser demasiado solidario, pues podría llegar a minar su patrimonio, al no constituir la solidaridad una inversión redituable. Aparte de argumentos morales a favor de la solidaridad, debemos justificar el valor práctico de la solidaridad en un mundo donde las pérdidas económicas deben minimizarse y las ganancias maximizarse.
Quizás sea más efectivo comenzar con un ejemplo de cómo la solidaridad puede jugar en beneficio del negocio y no constituir en absoluto una pérdida, sino incluso una ganancia. En la década de 1970, surgió el concepto del “microcrédito”, o “micropréstamo”, pequeños créditos para personas en desventaja económica que vivían en comunidades urbanas y rurales, y que suelen estar fuera del servicio de instituciones financieras tradicionales. Empresas como Acción Internacional o el Grameen Bank querían proveer de oportunidades económicas a un público marginado que quisiera comenzar pequeños negocios.
A los bancos tradicionales no les interesaba hacer préstamos a estos “inbancables”, pues no tenían manera de proveer un colateral. La solución fue establecer un sistema de banco comunitario, en el que se formaban pequeños grupos informales llamados “grupos solidarios”. Los colaterales eran las redes sociales, pues los préstamos se aseguraban por una mezcla de presión y cohesión social. En particular, los grupos formados por mujeres demostraron ser especialmente exitosos y el pago de sus préstamos excedía considerablemente el porcentaje normal de los bancos tradicionales.
Esta experiencia da pie para reflexionar el papel de la solidaridad en varios niveles. En primer lugar, desde la perspectiva de las instituciones financieras. A bote pronto, un gesto solidario de las instituciones bancarias hubiera sido considerado arriesgado y estéril, pues la experiencia y normativa imperante enseñaba que los individuos en situaciones marginadas, sin bienes con los que garantizar el pago de un préstamo, no eran sujetos viables para un crédito. Sin embargo, una actitud solidaria por parte de algunas empresas particulares generó la iniciativa de darles la oportunidad a los miembros de estas comunidades de emprender sus negocios.
El resultado fue altamente positivo: el pago de los créditos fue satisfactorio y un nuevo modelo crediticio se consolidó. Este gesto solidario no sólo benefició a quienes estaban en desventaja social y económica, pues también las instituciones financieras crearon un negocio redituable.
En segundo lugar, considerando el hecho desde la perspectiva de los beneficiarios de los microcréditos, el esquema de los “grupos solidarios” ilustra el poder de la solidaridad. La pertenencia a estos grupos ponía a sus miembros dentro de una misma narrativa y les proveía de una meta compartida, generando un sentimiento de empatía entre todos los recipientes de un préstamo. De esta manera, el pago completo de uno de ellos no constituía solo un éxito individual, sino un logro grupal que beneficiaba a todos los demás. En este sentido, la solidaridad constituyó un pegamento y catalizador que fomentó el esfuerzo común de los beneficiarios por pagar los créditos en su totalidad.
Este ejemplo sirve de argumento a favor de instituir la solidaridad como un valor social y económico deseable. Una organización económica solidaria no sólo beneficia a los recipientes directos de las acciones solidarias, sino que mejora el ambiente social y las condiciones económicas del mercado, catalizando el crecimiento y las oportunidades de quienes están en desventaja.
Entre los beneficios sociales de un esquema solidario destaca la promoción de los derechos de la parte más débil en las relaciones profesionales, con el objetivo de garantizarle la obtención de recursos económicos suficientes, el justo descanso, etc.
El concepto de solidaridad es hoy en día un rasgo predominante en la cultura organizacional y en la gestión de talento entre las empresas globales, que busca también la inclusión y ver por los derechos de las minorías. Es, podría decirse, un rasgo social que está siendo cada vez más tomado en cuenta en el mundo corporativo para hacer frente a los intereses de las nuevas generaciones.