El término sociedad civil, suele tener muy buena reputación. Cuando un gobierno o empresa presume de su colaboración con la sociedad civil, tendemos a asumir buenas intenciones. Intuimos que las organizaciones de la sociedad civil resguardarán los intereses colectivos, la participación cívica, y que pueden interactuar y mediar tanto con el Estado como con el mercado para alcanzar metas sociales.
A pesar de esta buena reputación, existe un complejo debate sobre si una sociedad civil fuerte, tiene necesariamente un impacto positivo en la democracia.
Por un lado, el argumento a favor de la sociedad civil sostiene que una comunidad con puntos de encuentro sociales, ya sean de activismo político o simplemente culturales y recreativos, puede aumentar las relaciones de confianza entre los individuos, lo que llamamos Capital Social.
Esto facilita la resolución de problemas colectivos, fomenta la moderación, permite transacciones comerciales más seguras y aumenta el flujo de información. Las asociaciones y espacios de la sociedad civil, por lo tanto, generan normas de reciprocidad, crean un sentido de comunidad y facilitan la acción colectiva. Todo lo anterior conlleva una mejora en la calidad de las instituciones cívicas y democráticas.
Los espacios de la sociedad civil suelen tener dos posibles tendencias en la manera en que generan confianza entre los ciudadanos.
Los espacios de la sociedad civil suelen tener dos posibles tendencias en la manera en que generan confianza entre los ciudadanos. La manera en la que lo explica Robert Putnam es que la sociedad civil puede es funcionar como un “pegamento”, que une a aquellos que se parecen en términos sociales, económicos o incluso étnicos y raciales, sociedad civil exclusiva. Pero también puede funcionar como un “lubricante” que facilita las interacciones entre personas de diferentes grupos y características, es decir, capital social inclusivo.