El ser humano y sus comunidades son un fenómeno casi invariante desde hace milenios. La presión para cambiar el comportamiento siempre era tenue, los avances y descubrimientos tardaban años o décadas en migrar de población en población. Las grandes disrupciones venían de la guerra o las pandemias, pero se caracterizaban porque al terminar el elemento de cambio, el comportamiento volvía a “la normalidad”.
A partir de la Primera Revolución Industrial, se produjo una transformación profunda y permanente en las poblaciones, tanto en la conducta como en todo el quehacer humano; la posibilidad de la producción en masa y la búsqueda de la eficiencia permitieron la explosión de los centros urbanos y el florecimiento de las burocracias estatales y comerciales. Desde entonces, la tecnología ha influido de manera radical en el comportamiento individual y colectivo.
Las últimas décadas se han caracterizado por cambios de conducta extendidos y vertiginosos. El ejemplo paradigmático es la evolución de la forma de consumir música: de los conciertos en vivo al fonógrafo se requirieron milenios. Del fonógrafo al CD una centuria. Del CD al archivo digital un par de décadas.
La generación X, a lo largo de su vida, ha consumido música en discos de vinilo, discos compactos, archivos digitales desde su computadora y ahora a través de servicios de transmisión digital. Así como se transformó la industria de la música, todos los sectores se ven impactados por el avance inexorable de la tecnología y los cambios de comportamiento que trae aparejados.
Impacientes virtuales y pacientes presenciales
Las nuevas tecnologías, particularmente las redes sociales, posibilitan la interacción asíncrona entre los individuos. Esto genera la percepción de que “puedo esperar una respuesta a cualquier cosa todo el tiempo”.
Internet provoca una menor tolerancia a la frustración, pues los tiempos de respuesta son muy cortos: se espera que cualquier correo tenga una respuesta de inmediato. A la vez las esperas presenciales se han hecho más ligeras, por ejemplo, estar en una fila ya no es tan pesado porque la gente está “ocupada” interactuando virtualmente.
Ahora la queja frecuente es el detrimento en la interacción presencial: las personas no toman en cuenta a quien tienen enfrente por atender su móvil. Este comportamiento en realidad no es tan nuevo: antes sucedía con las llamadas telefónicas a la oficina o el periódico en el desayuno.
Lo que ha cambiado es la posibilidad de interacción, lo cual genera comportamientos adictivos: las pequeñas recompensas continuas como los “me gusta”, “comentarios” o “tu publicación ha sido compartida” vuelven al cerebro adicto a interactuar con las plataformas.
Individualismo colectivo versus localismo comunitario
Algunos pensadores advierten de un exacerbamiento del individualismo, debido a las redes y a los dispositivos móviles, así como al marcado hedonismo y superficialidad de las últimas décadas, particularmente en los países desarrollados.
Sin embargo, también es verdad que a través de las redes sociales la gente ha tenido la posibilidad de reencontrarse con amigos de la infancia y la etapa escolar que antes se hubieran perdido para siempre. Ahora es posible estar en contacto con aquellos que han emigrado fuera de mi esfera de acción, este dilema se ha planteado frecuente como “las redes acercan a los lejanos y alejan a los cercanos”.
Por otro lado, es notorio el creciente apoyo a localismos: se fomenta el consumo de lo que se produce localmente: alimentos, mobiliario, decoración, artesanías, etcétera. Existe también una progresiva rebelión contra los sistemas y los gobiernos en países avanzados, por ejemplo, los movimientos contra la Unión Europea, el Occupy Wall Street o la Primavera Árabe con la gente ocupando las redes para crear conciencia social y resistirse al mal gobierno.
Este rechazo a lo “sistémico”, aunado al apoyo a lo “local”, hace probable suponer que socioculturalmente tenderemos a los regionalismos, es decir, a darle fuerza a nuestras comunidades. Las marcas globales pueden comenzar a perder la fortaleza de antaño y poco a poco veremos ganar terrenos a las marcas “de la comunidad”.
Quizá en el futuro este fenómeno se extienda inclusive a nivel político, pero aún es pronto para hacer especulaciones.
Los límites entre lo profesional y lo personal están desapareciendo
A nivel profesional, la dinámica de los proyectos y comunicación han rebasado las capacidades organizacionales. Hasta hace poco el correo electrónico era el medio de comunicación formal en las empresas, sin embargo, ahora la gente trata temas laborales en un sinfín de medios alternativos, por ejemplo las redes sociales, que no necesariamente son institucionales.
Esto fomenta una percepción de la oficina como una especie de prisión y provoca que las nuevas generaciones disfruten trabajar en el camino, aprovechando la ubicuidad que permite la tecnología: videoconferencias, WhatsApp, transferencia de archivos a través de la nube y otros medios han originado que los sitios de trabajo sean algo accidental más que esencial.
Lo anterior da pie a lo que quizá es la tendencia sociocultural más marcada en la actualidad: la paulatina desaparición de los límites entre los horarios laborales, personales y familiares. Las personas se están acostumbrando a responder correos electrónicos en domingo, actualizar sus redes sociales desde la oficina, dar seguimiento a los proyectos en el taxi, ver películas en su móvil durante su horario de comida, llamar a sus seres queridos en el trayecto de la oficina al gimnasio, etcétera.
e trabaja en cualquier momento y a la vez que se convive o se busca entretenimiento. En síntesis: los límites han desaparecido. Esto produce confusión entre las generaciones que crecieron acostumbradas a los horarios rígidos y separar lo profesional de lo personal.
Información y desinformación en la era digital
En lo referente a la difusión de información, podemos hablar de tres fenómenos:
– Trivialización de las comunicaciones profesionales y especializadas. Se le da la misma importancia a las opiniones personales y subjetivas de los no expertos, que a las profesionales o especializadas. Proliferan los mitos, las opiniones son vistas como argumentos sólidos, a los expertos se les descalifica por animadversión emocional y no fáctica. Surgen actores que, influyen en cada campo, a pesar de no ser expertos en el tema, por el simple hecho de su popularidad en las redes.
– Percepción de estar más informado. La sobreabundancia de opiniones, gracias a la posibilidad de interacción de las redes crea la ilusión de que existe “más información”, aún cuando la mayoría son repeticiones de lo que unas pocas fuentes han generado. Se asume que, con leer un par de comentarios en las redes hay información suficiente para sustentar una posición personal sólida e invariante.
– Magnificación de los problemas locales y globales. Se aceleran los pesimismos, pues ahora recibimos noticias de desastres y atentados todos los días, en todo momento. Pareciera que el mundo está en una espiral incontrolable hacia el caos, cuando esto ocurría todo el tiempo, pero tardábamos más tiempo en enterarnos y había muy pocas versiones de cada fenómeno.
Los medios de comunicación tradicionales en un intento por capitalizar la fuerza de la información generada en las redes fomentan estos tres fenómenos: retransmiten y polarizan lo surgido en la red mediante encabezados polémicos o intrigantes. Dispersan rápidamente noticias, opiniones o ideas, pero “editorializadas” para generar división y vuelven a la sociedad, paradójicamente, presa fácil de la manipulación.
El futuro de la sociedad de la información
Más allá de los avances en telecomunicaciones, el incremento sostenido de la capacidad de procesamiento y la automatización de tareas lógicas señalan el advenimiento de máquinas cada vez más “inteligentes”.
Esto no implica consciencia ni autogestión como algunos han querido señalar, pero sí la posibilidad de que las máquinas puedan ocupar el lugar de las personas en tareas impensables apenas hace unos años por la complejidad cognitiva que requieren.
Por ejemplo, la conducción de un automóvil u otras menos evidentes pero igualmente impactantes como la automatización de auditorías, contabilidades, inversiones, diagnóstico médico, etcétera.
El advenimiento de estas máquinas inteligentes para las siguientes décadas, nos plantea la necesidad de re-educar a gran parte de la población. El reto es enorme, particularmente para las economías que aún dependen de actividades primarias o secundarias.
Existe la posibilidad de desempleo a niveles de miles de millones de personas en todo el mundo, lo cual podría llevar a caos social. Se han planteado soluciones artificiales como la institución de un salario universal para la población, pero estas son medidas de corte asistencialista, temporales y que no resuelven el problema de fondo: ayudar a que la población tenga un sentido de vida.