La autenticidad es un valor reconocido en la actualidad con mucha facilidad. Se trata de algo muy positivo. La persona que no es auténtica no es congruente y fácilmente queda descalificada. Está vinculada con alguien que es realista, que tiene los pies en la tierra.
Tiene que ver con el carácter original y genuino de una cosa. También es auténtico aquello que aparenta lo que es, aquello que coincide consigo mismo. La persona auténtica se caracteriza porque no es falsa, se muestra y se manifiesta con sencillez y naturalidad, es siempre la misma y en ella hay equilibrio, armonía y coherencia.
El fundamento de la autenticidad es la identidad. Una persona que está identificada consigo misma, que su forma de actuar coincide con su forma de ser, es auténtica. El yo objetivo es todo lo que soy, mi presente, mi pasado y mi futuro; implica lo quiero ser y lo que debo ser. El yo subjetivo es lo que, en la práctica, me gustaría ser o vivir.
La autenticidad consiste en identificar mi yo subjetivo con lo que objetivamente soy, sin una separación entre lo que soy y lo que quisiera ser. El proceso de identificación se da a partir del conocimiento de nosotros mismos y de aceptarnos como somos. Nos aceptamos cuando nos queremos rectamente. Quien no se acepta a sí mismo vive con una falta de identificación. Las dos actitudes que se requieren para la identificación son la valentía y la sinceridad. Hay que saber quiénes somos y aceptarnos, así, la autenticidad puede conducir a la felicidad.