Es momento de pensar en el bien común.- A pesar de la riqueza generada por el capitalismo, los seres humanos no somos más felices. Hemos sacrificado la calidad de nuestras relaciones en el hogar, el trabajo y la comunidad en nombre de la eficiencia y la productividad. Pero, sobre todo, hemos sacrificado nuestros valores: hoy hay más familias rotas, menos amigos en los que se puede confiar y mayor competencia entre compañeros. Es momento de fomentar un capitalismo menos egoísta, basado en el bien común.
El capitalismo a veces es descrito como egoísta (selfish capitalism), pero esto no aplica en todos los casos. La sociedad está compuesta de muchos organismos y agentes, que luchan por conseguir sus objetivos en la medida de sus posibilidades; sin embargo, esto no necesariamente implica una falta de preocupación por los demás o por cierto beneficio común.
Es una realidad evidente que como personas que dedicamos gran parte de nuestra vida al trabajo, consciente o inconscientemente aspiramos a conseguir un bien. Pero, también, cada vez son más fuertes las tendencias sociales que buscan defender los derechos de todos sin dejar al margen a nadie (se está luchando por una sociedad más justa y más incluyente, que no sea indiferente a las externalidades o repercusiones en terceros).
Uno de los grandes pilares de la ética occidental es la obra Ética Nicomáquea, de Aristóteles, la cual recoge mucha sabiduría sobre lo que, a la luz de la experiencia y la reflexión crítica de la vida, se puede definir como “felicidad”. Aristóteles comienza su libro con una frase emblemática: “El bien es aquello hacia lo que todas las cosas tienden”, para abrir la discusión sobre la teleología en las acciones humanas; es decir, que como seres humanos siempre actuamos buscando una finalidad, y para la filosofía aristotélica, ese fin se trata de un bien. El bien último del ser humano es su felicidad.
Dentro de esta reflexión sobre el bien común, entender que, tanto a nivel individual como organizacional tendemos a buscar una finalidad en lo que hacemos, resulta muy provechoso, ya que dentro de estas diferentes finalidades es imprescindible aplicar una correcta jerarquía de valores. De esta manera podremos dar cierta prioridad a nuestros objetivos, sin olvidar la interconexión que tenemos como sociedad. El bien común se entiende, entonces, como una dimensión mucho más “comunitaria” y “amplia” de lo que buscamos con nuestro actuar.
La doctrina social de la Iglesia ha promovido ampliamente esta nueva concepción de la sociedad y sus organismos como parte de un todo, contrario a una visión excesivamente materialista y competitiva.
El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dice que “el bien común no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto del cuerpo social. Siendo de todos y de cada uno es y permanece común, porque es indivisible y porque solo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, también en vistas al futuro. Como el actuar moral del individuo se realiza en el cumplimiento del bien, así el actuar social alcanza su plenitud en la realización del bien común. El bien común se puede considerar como la dimensión social y comunitaria del bien moral”.
Si la sociedad realmente quiere servir al ser humano, debe alinear sus objetivos y prioridades con base en el bien común, entendido como “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”, según señala el compendio.
SOMOS PARTE DE UN TODO
A lo largo de los siglos –especialmente a partir del Renacimiento con el auge del humanismo renacentista y posteriormente con la Revolución Francesa–, la sociedad occidental se ha caracterizado por ensalzar el valor que tenemos como individuos dentro de la comunidad social; a diferencia de las culturas orientales, que se preocupan por la colectividad y son muy conscientes de que cualquier acto personal repercute de alguna forma en la sociedad.
En el contexto del bien común, lo más acertado es mantener una postura equilibrada y efectiva, que no se centre exclusivamente en un individualismo o especie de colectivismo, sino que integre ambas realidades y logre enriquecer la experiencia de seres humanos que viven su individualidad dentro de una misma comunidad social.
En una de sus últimas encíclicas, Pacem in Terris (1963), Juan XXIII invitó al mundo a ver más allá de las diferencias individuales y luchar por instaurar la paz. En su carta solemne ofreció valiosas consideraciones en referencia al bien común y a la manera de concebir nuestra condición de interconexión social.
El pontífice dijo que el bien común constituye una obligación personal de cada individuo (como queriendo repartir la responsabilidad de velar por los intereses de todos desde el círculo de influencia y acción personales) y una obligación de los gobernantes, ya que en el bien común radica su razón de ser como gobernantes.
Además, el bien común no solo debe referirse a las necesidades materiales o económicas de la sociedad, sino también a las exigencias del espíritu: la dimensión más intangible de nuestra condición humana. Esto significa que el ser humano debe ser visto en una dimensión más completa, que abarque todas sus necesidades, tanto las más básicas como las más trascendentes. Por tanto, la obligación de velar por el bien común está proporcionalmente relacionada con lo que demandamos como seres humanos para alcanzar una auténtica realización como personas. Así es como el bien común hace sentido y cobra valor en el mundo de la empresa.
Uno de los graves errores del management en épocas anteriores ha sido reducir las relaciones entre trabajadores y patrones, empresas y sociedad, a meras vinculaciones de tipo productivo, lucrativo o redituable, sin considerar las repercusiones que un estilo de vida puramente materialista puede tener tanto para los individuos como para las comunidades.
Los nuevos acercamientos a esta problemática y, en concreto, toda la teoría en torno a los principios de solidaridad, subsidiariedad y bien común aportan una respuesta a las necesidades que como seres humanos afrontamos en el mundo laboral.
No podemos coexistir en el mundo como seres aislados del resto y comprometidos únicamente con nuestras causas individuales. Somos parte de un todo y, por ello, participamos de ciertos beneficios y responsabilidades colectivas.
En la medida en la que las culturas organizacionales del mundo empresarial y las culturas presentes en nuestra sociedad internacional aboguen por la defensa de una mayor justicia social, podremos alcanzar mayor plenitud y enriquecimiento profesional y personal.