El propósito social de una empresa es buscar una verdadera colaboración y mutuo enriquecimiento entre todos sus stakeholders, con el fin de garantizar su felicidad y prosperidad.
Las empresas no solo son un medio para hacer dinero, sino que nos proporcionan la sustancia significativa de nuestra vida: felicidad y prosperidad.
En su libro A Better Way to Think About Business: How Personal Integrity Leads to Corporate Success, el profesor de la Universidad de Texas, Robert Solomon, propone un acercamiento aristotélico a los negocios, porque lo considera útil en la búsqueda del ser humano de vivir una buena vida, es decir, ser feliz. “Vivir bien significa llevarse bien con los demás, tener sentido del propio respeto y formar parte de algo de lo que se puede estar orgulloso”, dice Solomon.
Esta aportación se sustenta sobre dos conceptos. El primero es que el individuo se encuentra enmarcado dentro de una comunidad; el segundo es la importancia de la felicidad como único criterio para el éxito. Consiste, muy en el fondo, en percibir la labor empresarial como una actividad que vale la pena porque nos aporta un significado y un valor propios, y nos regala un fuerte sentido de pertenencia.
Al considerar el enfoque de Solomon, se puede comprender mejor el papel de los stakeholders en los negocios: aquellos individuos o grupos que se ven afectados por una empresa o que tienen el poder de influir en sus acciones o decisiones.
Autores de estrategia empresarial, como R. Edward Freeman, hacen una clara distinción entre dos tipos de stakeholders: los primarios y los secundarios.
Dentro de los primarios se ubican los inversionistas, empleados, proveedores, clientes, gobiernos y comunidades que proveen infraestructura y mercados. Todos son fundamentales para que la empresa pueda existir y operar.
Los profesores Michael Blowfield y Alan Murray, autores del libro Corporate Responsibility, dicen que el deber de los directores de empresa es crear suficiente riqueza, valor o satisfacción para los stakeholders primarios, con el fin de garantizar que sigan siendo parte del sistema.
La participación de los stakeholders hoy en día consiste en llevar a cabo consultas y charlas con el objetivo de reunir aportaciones e ideas importantes, anticipar y manejar conflictos, mejorar la toma de decisiones, crear consenso entre diversos puntos de vista y fortalecer la relación y reputación de la empresa.
El segundo tipo de stakeholders engloba a aquellos grupos o instituciones que, si bien afectan y se ven afectados por la empresa, no son esenciales para su subsistencia. Un ejemplo de este grupo son los medios de comunicación.
Cooperación e interacción de los stakeholders
Solomon propone cambiar la visión de la empresa para pasar de una postura puramente individualista y narcisista a una perspectiva más de comunidad. Hablar de una empresa como comunidad es hablar de los intereses y rasgos que la mantienen unida, por el simple hecho de estar conformada por seres humanos que naturalmente son seres sociales, y es ir en contra de una mera concepción contractual de los negocios.
Sin importar cuán viciosa sea su política interna, la empresa no puede ser una mera colección de individuos interesados en ellos mismos y relacionados exclusivamente por un contrato. Quienes fomentan tal punto de vista están socavando la viabilidad de la corporación.
Por naturaleza, el ser humano necesita de un grupo para subsistir y desarrollar sus capacidades; este es uno de nuestros distintivos al nacer: no podemos sobrevivir sin el debido cuidado materno a diferencia de otros animales, como algunos mamíferos herbívoros, que se pueden valer relativamente solos desde los primeros meses.
Incluso como hombres y mujeres adultos no encontramos sentido separados totalmente de algún grupo ni de la sociedad: todos nuestros esfuerzos y metas se relacionan directa o indirectamente con alguien más. Solomon dice que descubrimos nuestra identidad y significado dentro de comunidades, en su mayoría empresas u organizaciones en las que nos desarrollamos. En la vida del ser humano siempre estarán en juego las relaciones interpersonales.
La empresa no se puede entender por sí misma y sin relación con estos individuos u organizaciones, que evidencian la dimensión social del ser humano. La visión que mejor corresponde a la realidad social de los negocios es la de buscar una verdadera colaboración y mutuo enriquecimiento, como parte de una misma comunidad.
En su libro Co-opetition, los profesores Adam Brandenberger (Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York) y Barry Nalebuff (Escuela de Administración de la Universidad de Yale), proponen el concepto de coopetition (coopetencia), en contraposición a las cinco fuerzas de Michael E. Porter, profesor en la Escuela de Negocios de Harvard. La coopetition hace referencia a una verdadera cooperación e interacción por parte de los stakeholders para maximizar los rendimientos generales. Esto resulta muy atractivo, por ejemplo, dentro de una misma industria en la que se suelen combatir los mismos problemas y cada empresa, por separado, no es capaz de afrontarlos con efectividad.
Brandenberger y Nalebuff también introducen el concepto de “red de valor” (value net), conformada por proveedores, clientes, empresas competidoras y complementarias. En contraste con Porter, estos autores se enfocan en las oportunidades dentro de una industria, más que en las amenazas a las ganancias de una sola empresa.
La empresa como ciudadana
Como miembro de varias comunidades –industria, grupo, región, estado, nación y, últimamente, un mismo mundo–, una compañía que, por ejemplo, se preocupa por contaminar menos y lograr cierta autosustentabilidad no solo le hace un favor a la sociedad y al ecosistema, sino que es su deber, por pertenecer a una sociedad. Sin la sociedad, sus empleados, recursos, energía, espacio geográfico y demás, la empresa no podría valerse. Esto le da un toque más ético y humano.
No debe perderse de vista que un negocio es llevado por personas y tiene repercusiones en la vida de personas. Un grave error es querer disociar la empresa de sus stakeholders y entenderla dentro de un contexto donde el que gana es el que solo ve por sí mismo y sus intereses, de manera aislada. Otro error es no comprender que una empresa es una comunidad, en la cual se tienen interacciones humanas constantes. En estas relaciones interpersonales se evidencia que las utilidades, por sí mismas, no satisfacen los anhelos del ser humano de encontrar un sentido, de demostrar el propio valor, de conseguir metas personales, de sentirse bien consigo mismo y de pertenecer a un grupo con el que realmente se identifiquen.
Por esta conexión tan entrelazada entre la vida personal de cada empleado y su vida laboral, los valores que caractericen a las empresas también definirán a la sociedad. Para muchos empleados y directivos, su trabajo dentro de las empresas ocupa porcentualmente mayor tiempo que el que dedican a su familia o a su persona; por ello no es de extrañar que su vida personal esté impregnada de los valores y el estilo de vida que se acostumbran en la organización.
Sin una base de valores compartidos y beneficios mutuos, el mundo empresarial de hoy simplemente se desmoronaría.