Para mí, el verdadero enigma no es la muerte, sino lo que nos pasa después de la muerte.
Todas las culturas y civilizaciones de la historia coinciden en que todos vamos a morir, y casi todas en que no todo termina aquí y que hay algo más allá. Algo o alguien que nos llama con fuerza desde la otra orilla. Lo cual nos pone también frente a otro dilema. El de la inmortalidad del alma.
Si ya coincidimos que todos vamos a morir, respecto al más allá solo nos queda de dos sopas: o existe o no existe. O tenemos un alma inmortal que trasciende la vida o somos solo materia que se hace ceniza y todo termina aquí.
Si este mundo material es todo lo que hay; si no algo más a que aspirar, si da lo mismo hacer el bien que el mal, y si no hay premio ni castigo, entonces la reacción lógica sería vivir sin límite el placer, los excesos y entregarse al gozo total de los sentidos.
Pero, por otra parte, si hay algo después de la muerte, y si ese más allá es eterno, como creemos los católicos, debemos entonces cuestionarnos si esta realidad que vivimos aquí se conecta con la del más allá.