Profundizar en las conversaciones: no polemizar
De las preguntas o los comentarios sobre el clima, sobre las noticias de ayer o las incidencias del día, hay que pasar a lo que puede llevar a una comunicación más enriquecedora y gratificante. Hay que ser capaces de repreguntar y alimentar el diálogo. Hay que tener una actitud proactiva, pro-encuentro y propositiva. Y hay que estar dispuestos a mantener la conversación con las cuestiones y respuestas adecuadas. Y después, hay que estar dispuesto a escuchar lo que venga. No salir de inmediato con el asertivo: “Sí, pero tú lo que deberías hacer es esto”. O apabullar con el “¡Pero no te das cuenta!” o “Date cuenta de que…”.
Tampoco hay que recurrir a reconvenir al otro. La conversación tiene que ser un espacio seguro para que con tiempo y moderación las personas puedan mostrarse con sus vulnerabilidades. Un clima de confianza y entendimiento es condición sin la cual no puede haber diálogo. No podemos ser como esos participantes en paneles de discusión que buscan destacar ganándole la palabra a los otros, que crean conflictos inexistentes haciendo de los otros participantes enemigos a vencer, señalándoles imaginarias intenciones o descontextualizando sus intervenciones para tratar de vencerlos en un duelo ficticio alimentado por la vanidad de uno de los interlocutores.
El espíritu del diálogo es diferente, porque en él no se trata de hacer prevalecer una determinada perspectiva, o peor aún el propio yo; en un diálogo no estamos jugando contra los demás sino con ellos. No necesariamente se requiere llegar a un consenso ni lograr un pensamiento homogéneo, pueden permanecer las distintas perspectivas y enriquecerse mutuamente.
La meta no es monólogo polifónico, en el que cada cual cuenta lo suyo, generalmente sin prestar atención a lo del otro, como suele suceder entre tertuliantes que asumen que su función es “dar” o “hacer” la conversación.
El reconocimiento de la alteridad y su valoración
La verdadera escucha implica dar una retroalimentación, con cariño y respeto, a lo que estamos oyendo, para quien hable constate que le están escuchando sin distorsiones, juicios sumarios o falsas interpretaciones.
Hay que aprender a comunicarse de manera sincera y profunda enseñando a emplear palabras para expresar los afectos, algo que emana del diálogo interior. Hay que ir más allá del formalismo conversacional -no de manera brusca o intempestiva-, para permitirnos a nosotros y a nuestros interlocutores conocer sus sentimientos, manifestar cuál ha sido el efecto de una situación o planteamiento surgidos en el día a día, de qué manera estas cuestiones pueden condicionar sus apreciaciones o conductas.
Hay que aprender a ser cordiales para nombrar lo que sentimos, poner a dialogar la cabeza y el corazón. No hay que dejarse llevar por las pasiones, pero tampoco ser unos flemáticos racionalistas, fríos y distantes. Hay que aprender a descubrir y expresar las motivaciones propias y ajenas para que el diálogo lleve a un efectivo conocimiento reciproco, que abre a la comprensión y al aprecio.
El diálogo supone confianza e incondicionalidad al cumplimiento de sus condiciones. El reconocimiento de la alteridad, la valoración y aprecio sin discriminación, de todos los seres humanos, aunque difieran de nuestra idiosincrasia. Hay que saber hablar y tener un vocabulario adecuado. Hay que buscar el enriquecimiento mutuo, la construcción de vínculos y el acompañamiento personal. Hay que tener la voluntad de querer, querer, querer. Hay que crear el clima de entendimiento y seguridad que permite a la persona confiar. Hay que evitar a las personas y a los ambientes tóxicos. Hay, por encima de todo, que buscar el diálogo interior, el florecimiento de la propia vida, el desarrollo de la intimidad que permite volcarse en los demás buscando su bien propio.
Una visión dialógica de la existencia supone la aceptación de la indigencia personal, la necesidad de la complementariedad, y una reflexión mutua que busca una comprensión compartida. El diálogo se convierte en un proceso educativo que ayuda a interpretar el mundo, la realidad, y a plantearse formas de transformarla a través de aprendizajes y acciones compartidas.