El 2022 fue, en términos generales, un buen año para la economía mundial. Si bien menor al rebote de la reapertura económica del 2021, cuando el mundo creció en un 6%, el crecimiento el año pasado fue de alrededor del 3%, en línea con el crecimiento observado en los años anteriores a la pandemia provocada por el COVID-19.
Sin embargo, las proyecciones de todos los organismos internacionales nos advierten que el crecimiento en el 2023 será, en el mejor de los casos, de un 2% y es muy probable que muchas regiones del mundo tengan un crecimiento de prácticamente cero o inclusive negativo, entre ellas Europa y los Estados Unidos.
La inflación, aunque parece empezar a descender, se mantendrá elevada durante todo el año, obligando a los bancos centrales a continuar con sus procesos de restricción monetaria, aún a costa de la desaceleración de la economía. Esto se traducirá en un costo de capital más elevado para las empresas y un menor acceso a la liquidez provista al sector privado por un sistema financiero que será más cauteloso y exigente al otorgar financiamiento.
La falta de crecimiento y los procesos inflacionarios que están sufriendo la mayoría de los países del mundo, no es casualidad. Estamos viviendo las consecuencias de las decisiones de los últimos años. Los confinamientos y cierres de la actividad económica por periodos prolongados fueron una de las políticas públicas que mayor destrucción han causado en la historia reciente de la humanidad y no hay evidencia que hayan funcionado para evitar los efectos de la pandemia. Las políticas de estímulo fueron ultra-expansivas, tanto fiscales como monetarias, provocaron un fuerte crecimiento en el endeudamiento y son, en gran medida, las responsables de que estemos viviendo los mayores niveles de inflación en décadas.
Por otro lado, las sanciones impuestas a Rusia por la invasión a Ucrania aceleraron un proceso de crisis energética que llevó los precios de los hidrocarburos a niveles devastadores para la actividad industrial y el bienestar de los ciudadanos, especialmente en Europa. El porcentaje del PIB de los países de la OCDE que se gasta en consumo energético está en niveles del 18%, lo que no se había visto desde la crisis del petróleo a principios de los años 70, lo que representa casi el doble de lo observado en las últimas décadas.
Pocas cosas son tan importantes para la viabilidad de cualquier sociedad que contar con energía confiable y accesible. Más allá de la coyuntura de las sanciones, el problema de fondo han sido las políticas de transición energética, que han suprimido la exploración y producción de combustibles fósiles sin contar con un reemplazo viable en el corto plazo, con la posible excepción de la energía nuclear que afortunadamente, está volviendo a ser cada vez más aceptada.
En este contexto, será más importante que nunca para los empresarios el profundizar sus esfuerzos para incrementar la productividad de sus empresas, manteniendo o incrementando la inversión, pero haciéndolo con un proceso de asignación de capital muy disciplinado, guiado por un enfoque de maximización del valor del capital de los accionistas. La reconfiguración de las cadenas de suministro, el acceso a tecnologías digitales cada vez más avanzadas y el poder disponer de herramientas analíticas que permiten tomar decisiones basadas en datos, abrirán oportunidades para los empresarios que tengan la convicción y la fortaleza para sortear los retos que presenta el entorno económico actual y salir fortalecidos con empresas más sólidas y con una mayor proyección al futuro.
PUBLICADO ORIGINALMENTE EN ALTO NIVEL