EE.UU. – China: Un conflicto político bajo el discurso de guerra comercial.- Las verdaderas causas y los resultados más factibles del enfrentamiento de los dos países más poderosos del mundo.
En el actual contexto internacional, uno de los acontecimientos con mayor impacto en la estabilidad de los mercados globales ha sido la llamada guerra comercial entre EE.UU. – China. Este intercambio recíproco de incrementos arancelarios masivos que comenzó el 22 de marzo de 2018 por iniciativa del presidente Donald Trump se consideró sorpresivo, por la naturaleza y forma de las alzas.
A diferencia de medidas previas, no se centró en un producto, ni adujo acusaciones comerciales concretas. La ofensiva fue masiva y comenzó con 50,000 millones de dólares en productos chinos. Con algunas muestras de distensión, seguidas de recrudecimientos, esta guerra parece no tener fin.
Sin embargo, este conflicto arancelario no es sino la fachada de una guerra más profunda: aquella por el liderazgo global entre los dos países más poderosos del mundo. Es una guerra política, que por el momento se libra con armas económicas y posiblemente brindará resultados electorales favorables de corto plazo al gobierno de EE. UU., pero que a largo plazo tendrá efectos negativos.
EL TRASFONDO ELECTORAL
La llamada guerra comercial es, en buena medida, la materialización de una campaña política que el hoy presidente Donald Trump ha mantenido desde que arrancó el proceso que lo llevó al poder. Se trata de un mensaje, que es muy bien recibido por su base electoral: la idea de que el mundo se ha aprovechado de EE. UU. por años y que es necesario rescatarlo de esa situación injusta, reflejada claramente en el déficit comercial de este país.
A pesar de este argumento, Estados Unidos ha encontrado grandes beneficios en su modelo económico que, podría decirse, está basado precisamente en el déficit comercial. En tanto todo va bien entre los estadounidenses y su economía de consumo, el déficit comercial está siempre presente. En contraste, por ejemplo, está Alemania, que ha sido históricamente un país exportador y continuará siéndolo.
El discurso político de Donald Trump argumenta que el predominio de las importaciones está debilitando a su país. Bajo esta postura, nombra dos enemigos naturales a los que hay que combatir: los chinos y los mexicanos.
Los primeros, porque su economía, la más exportadora del planeta, representa el mayor porcentaje del déficit comercial estadounidense. Los segundos por otras razones: el superávit de México en el comercio con EE. UU. no es tan alto, pero el hecho de que en ese país se encuentren alrededor de 37 millones de mexicanos y casi 60 millones de latinos en total, convierte a este segmento sociodemográfico en un foco de atención perceptible para la población que sigue el discurso político de Trump y, a la vez, un chivo expiatorio en la búsqueda del target electoral.
En cualquier caso, el discurso de Trump como estrategia política tanto interna como externa, es una forma de llevar a cabo acciones de tipo comercial como la imposición de tarifas: para ganar votos, en el caso de la ofensiva contra México y para reafirmar la hegemonía global en el caso de China.
Conflicto de titanes
La hegemonía política es el centro del conflicto entre EE. UU. y China. Con una excusa comercial, el gobierno estadounidense busca a toda costa mantenerse como la primera potencia global, ante un ascenso sin precedentes de la economía china.
Este esfuerzo para generar impactos en contra de la economía china incluye la ofensiva contra Huawei, en donde se montó un boicot de las empresas estadounidenses frente a esta empresa tecnológica. El enfoque en minar el poderío tecnológico de los asiáticos está al centro de esta guerra política, quizá porque la carrera económica va a ser ganada por China, y no hay manera de evitarlo.
Actualmente, con poder de compra incluido, la economía china es ya más poderosa que la de Estados Unidos. Sin este factor, aún es el segundo lugar, pero es cuestión de tiempo para que los rebase; es una situación lógica, basada primordialmente en la tendencia de crecimiento económico y la demografía.
China se está convirtiendo en el primer consumidor del mundo, pues cuenta con una clase media de 400 millones de personas, que sigue creciendo. Si actualmente tiene un modelo primordialmente exportador, en pocos años se convertirá en un país importador y predominantemente el mayor consumidor del mundo.
De hecho, lo que hoy en día hace el gobierno estadounidense es lanzar una guerra comercial en el último momento en que puede hacerlo, en los últimos años en que su poder de consumo lo hace dominante.
EL EFECTO PARA MÉXICO
Esta llamada guerra comercial puede provocar más guerras arancelarias. Un caso puede ser México, en donde la política de EE. UU. acaba amenazando con tarifas a nuestro país, y en donde el TMEC tiene cláusulas de protección en contra de China. Finalmente, EE. UU. trata de cerrarle el paso a China en otros países donde tiene relaciones comerciales fuertes.
Un país como México tiene una gran oportunidad de recibir inversión china, la cual no ha recibido en la última década. Entre las razones, hay indicios de un acuerdo político con EE. UU., en donde México ha aceptado no recibir e incluso evitar cierto grado de presencia china en el país.
Pero la expansión de China se ha planteado en dos lugares: África y Latinoamérica. Al estar México entre EE. UU. y América Latina, somos la “joya de la corona”. Sin embargo, la guerra actual podría ocasionar que EE. UU. imponga más restricciones a sus países socios en su relación con el gigante económico de la primera mitad del siglo.
Países como México resienten esta guerra comercial con más fuerza, ya que los retos políticos y económicos domésticos, combinados con factores externos, sólo agravan la especulación y la incertidumbre.
La llamada guerra comercial tendrá implicaciones políticas, en donde una nación resultará más favorecida que otra. Es posible que a corto plazo la balanza se incline hacia EE. UU., pero a largo plazo su estrategia de enfrentamiento resultará insostenible. China seguirá fortaleciéndose económicamente, sin riesgo a corto plazo de inestabilidad política en su país, mientras que Estados Unidos seguirá debilitando sus alianzas con algunos países y organismos internacionales bajo la presidencia de Trump, que eventualmente, minarán, no sólo su predominio económico, sino su supremacía política.