La “personalidad” es el conjunto de actitudes, pensamientos, sentimientos y decisiones que nos caracterizan como individuos. Estos se manifiestan en nuestra conducta con cierta estabilidad y consistencia a lo largo del tiempo.
En esa “organización interior”, tienen un papel fundamental los buenos hábitos. Estos son como las ganancias de capital que acumulamos con el ejercicio repetido de buenas decisiones. Con el tiempo, se convierten en un rasgo cardinal de nuestra conducta.
Esto viene a colación pues al preguntarnos acerca de cuáles son esos rasgos de personalidad que caracteriza a un líder que dirige acertadamente una organización, encontramos que muchos autores, estudiosos y ejecutivos experimentados –como Collins, Covey, Goleman, Llano, Mandela, Bossidy y Grant–, coinciden.
UN BUEN LÍDER ES HUMILDE
En primer lugar, un líder es consciente de que no lo sabe todo. Sabe se equivoca con frecuencia, pero es capaz de corregir y buscar el buen consejo de su equipo. Este lo complementa en sus carencias e incluso lo supera en muchos aspectos, sin que ello le reste autoridad.
Estos rasgos resumen la humildad, el buen líder es humilde. En oposición llamamos soberbio al que no escucha y no corrige ante la evidencia, al que se aferra desmedidamente al propio criterio. Este tipo de persona piensa que sus puntos de vista y cualidades son superiores a las de quienes le rodean, aún sin decirlo. A los soberbios nadie los sigue por mucho tiempo, aunque parezcan inteligentes.
INTEGRIDAD EN TODO MOMENTO
Otro de los rasgos centrales de los líderes es la unidad entre lo que piensan, dicen y hacen. Es decir, transmiten coherencia entre sus principios y su conducta. Lo que piden de los demás es lo mismo que ellos viven.
Además, sostienen los valores que predican, tanto en los buenos tiempos como en la adversidad. A ellos les llamamos veraces o íntegros, ambas palabras refieren al mismo sentido de coherencia.
En cambio, a quien enseña lo que no piensa lo calificamos de hipócrita. Al que afirma lo que no es cierto, mentiroso. Al que dice cosas diferentes según convenga, farsante. Nadie quiere seguir ni puede confiar en quien esconde la verdad.
METAS CUMPLIDAS
Por otro lado, el liderazgo se relaciona siempre con las metas propuestas. El líder propone lo que vale la pena, aunque no sea fácil. Tira hacia arriba con una visión que inspira, ardua y posible a la vez, buena para él y para quienes le siguen.
Aquello que propone merece el esfuerzo y cuenta también con un “cómo” para alcanzarlo. Esto identifica a la virtud de la magnanimidad, un rasgo que condensa realismo, audacia y tenacidad en un solo valor.
Se le oponen:
El apocamiento de quien busca las metas por ser fáciles y no por ser valiosas.
La cobardía de quien teme acometer los obstáculos.
La falta de constancia y ligereza con la que se entusiasman por algo para luego abandonarlo.
El dejarse llevar a capricho por las emociones y proponerse quimeras sin contar con medios.
En este sentido, recuerdo cuando Carlos Llano nos decía que debíamos ser de los soñadores que realizan el ideal y no de los que idealizan la realidad. La humildad, la veracidad y la magnanimidad son componentes esenciales de la personalidad del líder.
Estos son valores indispensables que deberá cultivar aquel que desee asumir con éxito semejante responsabilidad.