Aunque muchas de estas filosofías e ideologías postulan al placer y al disfrute como objetivos de vida, me llama la atención lo poco que hay escrito respecto a la capacidad de disfrute.
En “El libro de la alegría”, el Dalai Lama, toca recurrentemente el tema de la felicidad, y nos pregunta “¿Qué es eso que llamamos alegría? Esta palabra es capaz de evocar una gran cantidad de emociones. De alegría se puede llorar, reír a carcajadas o sonreír al meditar. La alegría pareciera ser una gran sábana que contiene muchas emociones. Y se asocia con sentimientos como el placer, la diversión y la gratitud.”
Me parece extraño que ni en este, ni otros libros que tratan el tema de emociones, se vincula de manera directa a la alegría con la capacidad de disfrute, cuando me parece que ambas están íntimamente ligadas. Esta fue una de las razones por las que me interesó el tema y decidí recurrir a los expertos.
En esta búsqueda me topé con uno de mis autores favoritos en estos temas: Arthur Brooks, profesor de Harvard y experto en felicidad a quien sigo desde hace tiempo. Arthur es muy enfático en aclarar que disfrute y placer son cosas diferentes. Nos explica que el placer viene del sistema límbico del cerebro. Ese que nos dice, “esto se siente bien”, y ahí tenemos un problema: La dosis de dopamina que recibimos con el placer es efímera, y solo es capaz de darnos una breve dosis de placer, pero no una sensación duradera de disfrute. La buena noticia -dice- es que podemos convertir ese placer en disfrute, añadiéndole a esa experiencia placentera dos factores: personas y recuerdos.